domingo, 1 de mayo de 2011

Una esperanza

A mi señor don Quijote,
Aquí sigo en mi hacienda, paciente, esperando a que vosa merced vuelva a pesar del paso de los años y los malos agüeros que se empeñaron durante largo tiempo en predecir que habíais muerto. Pero el otro día mi esperanza despertó de nuevo cuando se acercó a la posada un viajero que juraba y perjuraba que os había visto por tierras de Salamanca. Y con aquel juramento firme, que bien recompensé con una jarra de vino, mi corazón empezó a latir de nuevo con la misma fuerza que antaño.
Inmediatamente mandé un mensajero con escuetas palabras a nuestra hija. Sí, nuestra Isabelica que está hecha una moza y que hace solo unos meses contrajo nupcias con un joven caballero de Albacete. Se han casado enamorados, como Dios manda, como yo hubiera querido para vos y para mí, pero me conformé con guardar en secreto nuestro amor y casarme con el Mateo para esconder nuestro pecado. La joven pareja es valiente, con la cabeza en su sitio, y aunque él no posea más que unas pocas tierras, llevan los bolsillos llenos de esperanza. De momento, me han brindado la oportunidad de ser abuela de un nieto que viene en camino. Espero que lleguéis a conocerlo.
La avisé de que su padre sigue vivo y enseguida que recibió mi misiva, decidió volver a casa a esperaros. Ella, más que yo, siempre ha deseado teneros a su lado, pues en el fondo sabía que por muy bueno que fuera el Mateo, ese hombre no era su padre. Oyó mil historias sobre vos y soñaba con encontraros, con ser rescatada por el gentil y valiente don Quijote de la Mancha. Siempre tuve miedo por ella, no quería que tuviera lo peor de ambos: mi fealdad y vuestra locura. Pero mi temor fue recompensado por el buen Dios que la dotó de todo lo mejor de la mujer que vos amasteis, la señora Dulcinea del Toboso, la belleza y la bondad; y de vos, don Quijote de la Mancha, del que jamás conocí vuestro verdadero nombre, heredó la valentía y el honor.
En pocos días estaremos juntas de nuevo; empezaremos los preparativos para recibiros a vos. Sí, para recibiros a vos y a Sancho, si fuera necesario. Porque envié varios emisarios en vuestra busca con intención de entregaros esta carta y haceros saber que aún os amo, que mi corazón es vuestro y que si en algún momento de la vida que os queda decidís volver, sabed que os estamos esperando.
Aprendí a hacer oídos sordos a los insultos y desprecios de aquellos que no confiaban en nosotros; al ama de llaves y a vuestra sobrina, la Antonia, las convencí de que vos habíais muerto para que os dejaran en paz de una vez porque, según las malas lenguas, estaban empeñadas en daros caza y encarcelaros para siempre como a un loco. Los vecinos ya os han olvidado pues tienen siempre a otros con los que ocupar sus espíritus maldicientes. Así que, como veis, solo quedamos nosotras, vuestra esposa por derecho y vuestra legítima hija, esperándoos a que volváis para conformar la que siempre fue vuestra familia.
Si aún os quedan andanzas por vivir y damas que rescatar que os retengan en tierras lejanas, entenderé que retraséis vuestra vuelta, pero devolvedme al menos, aunque sea una fantasía, esta carta con la respuesta clara que a continuación os dicto.
Antes de transcribir vosas palabras, dejadme recordaros que os amo y que os esperaré siempre, incondicionalmente, vuestra señor, Dulcinea del Toboso.
«A mis señoras, Dulcinea e Isabel,
Sabed que no he muerto, que continuo firme en mi empresa de defender mis ideales y hazañas caballerescas.
Dulcinea, decidle a mi hija que la amo, que estoy orgulloso de ella y que ese hijo que espera será digno y noble caballero, como corresponde a nuestro linaje.
Esperadme ambas a que vuelva a vuestro lado pues es mi último propósito.
Con amor, vuestro esposo y padre,
Don Quijote de la Mancha»

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